En este 2017 he ido por primera vez a la marcha del Orgullo LGTBI, o más conocido como WorldPride en los medios ya que Madrid ha sido elegida la capital mundial.
Decir “he ido” a lo mejor es exagerar, digamos que me pasé durante la caravana, vi algunos de los autobuses, y respiré el ambiente de buen rollo que había alrededor.
No quiero entrar en si la marcha es la mejor forma de reivindicar los derechos LGTBI, el respeto hacia el colectivo y demás, o si, por el contrario, es una fiesta frívola, si está politizada, si ha perdido toda su razón de ser, etc., como defienden algunos sectores. Lo que quiero es expresar lo que sentí en aquellos momentos.

Pero empecemos por el principio.
Aquel fin de semana, el del primero de julio, estuve por Madrid con motivo del I encuentro de redactores digitales, que se celebró el sábado día 1. Y ya que estaba por allí, y puesto que el evento terminó cerca de las 20h, ¿cómo no pasarme por la celebración del Orgullo?

No sin reparo he de admitir que a pesar de ser madrileña y haber vivido en la capital durante mis primeros 34 años, nunca me había decidido a averiguar qué era eso de la “marcha del orgullo” in situ ni si era tan festivalera o tan frívola como a veces la pintaban en los medios. También he de admitir que yo he tardado años en… Bueno, esa es otra historia que no viene a cuento. El caso es que nunca había ido, y de unos años a esta parte, casi desde que vivo fuera de la capital, he ido sintiendo una creciente curiosidad y cada vez más ganas de vivir ese ambiente de reivindicación.
Por eso, este año, y ya que lo tenía a tiro, no podía dejar escapar mi momento.
Por diversas circunstancias no pude quedarme mucho tiempo, pero al menos presencié el comienzo del desfile, vi pasar las primeras carrozas y, lo que es más importante, sentí de primera mano esa sensación de felicidad que parecía contagiar a todo el mundo.

Es difícil explicarlo con palabras. En ningún momento me sentí agobiada por el gentío de alrededor, ni siquiera cuando me dirigía en Metro hacia la zona de Sevilla, o cuando trataba de hacerme paso entre Cibeles y Atocha a lo largo del Paseo del Prado. Todo lo contrario: me sentí muy bien, me sentí visible con mi pulsera de la bisexualidad; la gente sonreía, se divertía, eran amables conmigo; todo el mundo estaba metido en el ambiente, fueran LGTB o no. Vi familias con niños, vi gente mayor (matrimonios de hombre-mujer), vi normalización, tolerancia, respeto, diversión, comprensión… Me sentí tremendamente feliz.
Porque esa es la palabra: felicidad.
Como en muchas cosas, con el tiempo se distorsiona un poco el sentido de una expresión. Sin embargo, la política está en todo, guste o no, y ahí estaban.
Por cierto, algún día tengo que ir para, al menos, ver de cerca o participar en el recorrido, la marcha del Orgullo.
Besos, prima 😀
Sí, tienes que ir, el ambiente que se respira es muy especial. Merece la pena. Yo traté de no pensar demasiado en la politización, solo en los feliz que se mostraba la gente y en el espíritu de celebración. Besos :-*