Estaba de nuevo ahí. Podía sentir su aliento en mi nuca. Si me giraba, no estaba tras de mí, pero yo lo sentía, claro que sí. No estaba loca. No estoy loca. Y tú me crees, ¿a que sí?
Todos hemos sentido alguna vez como si tuviéramos a alguien detrás mirándonos fijamente, vigilándonos. Una especie de sexto sentido nos avisa: «¡eh, cuidado!». Una presencia fantasmagórica, una nada que hace que se nos erice la piel, una sombra que creemos haber visto y que hace que el corazón se desboque. Un ruido sordo que nadie más oye y que solo dura una milésima de una milésima de segundo.
A eso me refiero.
Lo tenía detrás y lo sabía. Lo he tenido detrás de hecho durante varios días. Creo que fue anteayer o quizás hace tres días que parece haberse evaporado, tal vez víctima igualmente de un ERTE. No estoy segura. Lo que tengo claro es que comencé a escribir, cogí mi libreta roja y mi boli de tinta líquida que simula ser una pluma, y empecé a plasmar una idea loca que se había materializado en mi cabeza. Esa idea, esa locura, me ha estado sirviendo de escudo. Es mi salvoconducto incluso ahora, mientras escribo estas palabras con un programa de ordenador.
Y tú, que me estás leyendo, también me proteges de ese algo que me visita a veces y me vigila por detrás, a mi espalda.
He llegado a pensar que es una chepa imaginaria, o como el demonio que suele contradecir al ángel que te halaga y te anima. Porque no puede ser algo angelical, tiene que ser demoníaco. He llegado a pensar también que es un desdoblamiento de mi consciencia que se queda tras de mí para vigilar que no me confíe más de la cuenta (y ya de paso, que tampoco sueñe).
¿Cómo lo definirías tú?
A veces me habla, pero no te sabría describir su voz. No sé si es grave o aguda, si es dulce o seca, si se quiebra, tartamudea o es firme. Solo sé que entiendo lo que me dice, y que nadie más la oye, a no ser que yo haga de ventrílocua. ¿Crees que eso pueda pasar, que te fuerce a abrir la boca y a reproducir con tu voz lo que te dicta? Creo que a mí me sucede.
No estoy loca, ¿verdad?
No sabría ponerle nombre. Sé que hay quienes lo llaman impostor, otros enemigo interior, a veces se refieren a «eso» como transtorno, supongo que los más espirituales lo llamarán demonio y los amantes del misterio y las leyendas, doppelgänger.
Llevo tiempo buscando mi propio modo de definirlo, a ver si así consigo que me responda y que mantengamos un diálogo para poder entender el porqué de su vigilancia.
Por fortuna, ahora no está tras de mí. Estas palabras que escribo lo mantienen alejado. Y ojalá que tarde mucho tiempo en volver.